(Mi último artículo, de enero de 2013, en "Actualidad Económica" acerca de las Memorias de José Vilarasau, expresidente de La Caixa, publicadas en RBA, 2012)
“No visites nunca una fábrica: te deslumbrarán
y concederás el crédito que debes negar”, era la recomendación que daba Pablo
Garnica Echeverría, el legendario presidente de Banesto, a su consejero
delegado en sus tratos con los clientes. La advertencia, señalada a su vez por este
último al autor del presente libro, reflejaba fielmente las complejas relaciones
entre banca e industria en España, que quizá aún hoy subsisten, a diferencia
del modelo bancario alemán e italiano y su compromiso industrial casi “de la
cuna a la tumba”. Desconocemos si José Vilarasau, en su dilatada trayectoria
financiera, siguió al pie de la letra aquel consejo; lo que sí sabemos, tras leer
sus Memorias, es que Vilarasau se inscribe en la mejor tradición de los empresarios
corporativos españoles que, al igual que el emprendedor con su start-up, no se limitan a administrar con
eficiencia los activos de la empresa, sino que anticipan el cambio, reevaluando
la cartera de negocios así como los procesos de gestión interna; en definitiva,
reinventado la empresa cada día. El desempeño profesional del autor interesa, pues
encontrándose él y demás dirigentes empresariales y de la Administración ante
el reto de la competitividad global que amenazaba a la autárquica España de
hace medio siglo, supieron darle de modo positivo la vuelta a la situación,
sirviéndonos de lección para el futuro.
Nacido en Barcelona en 1931, de origen
modesto, Vilarasau se doctoró en Ingeniería y estudió Economía, ingresando en
el cuerpo de ingenieros industriales al servicio del Ministerio de Hacienda,
después de una breve etapa como consultor de organización de empresas. En un
ambiente meritocrático, el autor alcanzó puestos de creciente responsabilidad
en un camino de ida y vuelta entre lo público y lo privado. Fue director
general en Telefónica, Hacienda y Campsa. Gracias a su testimonio, esta primera
parte del libro ofrece algo más de luz sobre varios aspectos poco aclarados: el
fracaso de los bancos industriales y de negocios en nuestro país; las
divisiones internas dentro del último franquismo; cómo Telefónica dejó atrás la
época de los locutorios y las comunicaciones ineficientes; o por qué los
vaticinios oscuros sobre el shock energético de 1974 se incumplieron.
Con la llegada de
la democracia, las cajas de ahorro pudieron competir en igualdad de condiciones
con la banca privada; al igual que la
banca extranjera logró también acceder al mercado español. De nada sirvieron
las protestas de los banqueros ante Enrique Fuentes Quintana, el vicepresidente
económico. La liberalización se hizo en los años de la crisis del petróleo, lo
que provocó que, entre 1977 y 1985, más de la mitad de los bancos y cerca de la
tercera parte de los recursos y empleados bancarios se vieran afectados por una
de las mayores debacles de la historia financiera española. La crisis bancaria
costó alrededor de 1,5 billones de pesetas de 1985, aportando el sector público
más del 75 por 100 de los recursos utilizados. Bajo este panorama, Vilarasau
fichó en 1976, como máximo ejecutivo y luego presidente, por la antigua Caja de
Pensiones emplazada en Cataluña hasta convertirla, veintisiete años más tarde,
en “la Caixa” que antecedió a Caixabank, en la actualidad la tercera fuerza del
ranking bancario español. A lo largo de la segunda parte de la obra, más
extensa, el autor (quien reconoce haberse comportado como un “navegante
absorto” en su trabajo) analiza con detalle determinados aspectos que
condujeron al éxito de la entidad, resultando posiblemente de provecho para lectores
propios y extraños del negocio bancario: la informatización, las encuestas de
clima laboral, la formación, las tarjetas de crédito, la identidad corporativa,
el defensor del cliente, la calidad total, etc. Además, Vilarasau destaca las
ventajas que siempre supuso para él rodearse de un equipo cualificado (Isidro Fainé,
Antonio Brufau, Ricardo Fornesa y otros), disculpándose incluso por ciertos
errores al respecto. Tampoco el autor elude los asuntos controvertidos o los tropiezos
cometidos en su mandato: por ejemplo, la polémica en torno a los seguros de
prima única o los socios inadecuados en los inicios de Port Aventura, el parque
de ocio en la Costa Dorada. En cualquier caso, cuando Vilarasau dejó la
presidencia en 2003, por causa de una maniobra política, “la Caixa” contaba con
4.640 oficinas, 23.500 empleados, 6,5 millones de tarjetas, 8,3 millones de
clientes, 103.000 millones de euros de balance, 1.000 millones de euros de
beneficios, plusvalías de 1.500 millones de euros, una sólida cartera de
créditos hipotecarios y personales, junto a una ratio de morosidad del 0,47%.
Después de su cese, pasó a presidir la Obra Social “la Caixa”, que explica con
orgullo, donde Caixabank sigue ejercitando sus señas de identidad a través de
las ciberaulas hospitalarias para niños, las artes plásticas o la integración
social, en el conjunto de actividades de su Fundación.
Estas Memorias
denotan una mentalidad pragmática, liberal y abierta a la innovación, como no
podía ser menos en alguien que se ha dedicado básicamente a lo que Francesc Cambó
denominaba “el comercio del dinero”,
aunque no debiéramos deducir que dicha mentalidad dominase en los banqueros
españoles. Ya le dijeron en una ocasión a Vilarasau, recién nombrado en “la
Caixa”, que lo que tenía que hacer era asegurar el pasivo (depósitos) y que solo
concediera un crédito “cuando sea absolutamente imposible denegarlo”. Eso no
quita la independencia de criterio que dominó en la caja, y que asimismo
agradezcamos este libro poco común en un país donde apenas los grandes directivos
se arrancan a escribir.